martes, 5 de junio de 2018
Confieso que es la primera vez que regreso a la isla después del
huracán. También que, cuando me levanté el segundo día y salí a caminar por el
patio de la casa de mis papás, olvidé los estragos de las ráfagas, los videos,
los zapatos frente al Capitolio y, con ellos, nuestros muertos.
No fue un olvido intencional sino una de esas lagunas a las que te
empuja a fuerza la cotidianidad. Lo olvidé todo y, aunque me pregunté por el
palo de guayabas que ya no estaba, hice un repaso de los otros y noté que allí
seguían, verdes. Me tomó un segundo registrar que, entre el muro de contención
que aguanta el monte y el de propiedad que marca el vecindario, detrás de los
otros árboles y al fondo del patio, algo sucedía con el limonero.
El palo de limón lo sembraron antes de que me fuera. Pero a través de lo
que ya va haciéndose una década de regresos intermitentes e imposibles, lo he
visto crecer.
El limonero estaba seco. A primera vista, sus ramas se expandían en
todas las direcciones, fuertes. Pero no tenían ni una hoja. Toqué una rama y
pude romperla sin esfuerzo. ¿Qué le pasó?, me pregunté y, al instante, noté que
si las ramas permanecían en su lugar era porque alguien—mi padre, supongo—les
había armado un exoesqueleto de alambres y sogas finitas que las mantenían en su
lugar. Tracé el armatoste hasta el tronco y de ahí otra vez hacia las ramas más
extensas. En la punta de una, anunciándose futuro, vi dos hojitas verdes
renacer.
“María”, me dije, como explicándomelo y me sentí profundamente culpable.
Desde entonces encuentro ese limonero en todos lados; en los letreros
aún caídos, en los postes inclinados, en las anécdotas de mis familiares. A
primera vista, uno parecería ver el mundo antes de María, pero uno no hace más
que acercarse y nota los alambres y soguitas que lo sostienen todo, evitando el
desplome.
Reflexión:
De la naturaleza tenemos que aprender
e imitar su capacidad para recuperarnos después de la tormenta. Al igual que
nuestros campos se pintaron de verde y las aguas de nuestras playas a su color
turquesa cristalino, Puerto Rico volverá a brillar. Para esto se requiere estar
abiertos a cambios dramáticos que permitan nuestra transformación basada en los
valores de respeto mutuo y libertad individual. Todos en Puerto Rico tenemos
derecho a perseguir progreso y bienestar en la tierra que nos vio nacer; emprender para construir un legado. Esto nos
aplica como pueblo de Puerto Rico, y como ser individual. Tenemos que renacer
de para poder ayudar a los que nos necesitan. La reconstrucción de Puerto Rico
nos toca a todos.
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